Dante nos introduce en esta nueva Cántica, y comienza diciéndonos que la potencia de Dios que mueve todas las cosas se difunde en todo el Universo, resplandeciendo  más en algunas partes, menos en otras; y que él fue al Cielo más iluminado, viendo cosas que, para el que ahí estuvo como él, se le hacen imposible de entenderlas o contarlas: nuestra inteligencia entra en tal profundidad que no puede ser seguida por la memoria.

Por eso lo que nos va a contar en este canto es solamente la parte que puede acordarse. Y así le pide inspiración a Apolo, la va a necesitar mucho más que en los casos anteriores.


Ahora estamos en la cima del monte del Purgatorio, y al mediodía Dante ve a Beatriz intentado fijar su mirada en el sol como ninguna águila pudo nunca. Dante entonces también lo hace, mucho más de lo que sus propias facultades humanas lo dejarían (como el peregrino que quiere volver a su patria), porque en el Paraíso Terrenal se permiten muchas cosas que no podemos hacer aquí en la Tierra, ya que ese fue el fue el lugar creado como propio de la especie humana.

Aunque no podemos mirar durante mucho tiempo fijamente al sol igualmente empezamos a sentir la luz del día que crece como si saliera un nuevo sol, y eso que es mediodía. La luz nos inunda y empezamos a escuchar la armonía de celestial de las esferas.

Queremos saber la causa y qué está pasando, y Beatriz nos cuenta:

-Lo que pasa es que ya no estamos en la Tierra, sino elevándonos; pero más rápido que un rayo, que no va tan velozmente como empezamos nosotros a subir al Empíreo.

Pero, ¿cómo podemos subir de esa manera, a través del aire y del fuego?

-Porque hay un orden en todas las cosas creadas, en el que los seres racionales ven la huella de la virtud divina como el fin último de todo ese orden. Y así todos sienten la propia inclinación hacia Dios, pero cada uno de forma diferente.

Esto es lo que hace que el fuego suba, lo que mueve los corazones de los seres irracionales y mantiene a la Tierra unida, y también hace mover a todas las creaturas.

“La Providencia determina todo esto, y ahora nos dirigimos hacia el Empíreo como nuestro destino, con la fuerza de ese instinto natural que lleva a todos. Solamente la creatura racional puede desviarse por su libertad, si se aparta de camino hacia un falso placer terrenal.

“Por eso, no te asombres de que estemos subiendo, porque es como cuando el arroyo baja de la montaña. Más asombroso sería si –no existiendo impedimentos –te quedases en tierra, como un fuego que no subiera hacia lo alto.”

Enseguida Beatriz vuelve su mirada al Cielo.

PARAISO - CANTO I